viernes, 19 de julio de 2013

Todo cambio, implica riesgo

Ella me había dicho que jamás podría estar conmigo, que no me amaba, y que nunca llegaría a hacerlo. Dijo algo así como: siempre seremos amigos… Yo, que hasta ese momento me había desvivido por ella, siempre pendiente de sus necesidades, de sus proyectos, de sus inquietudes o de su trabajo. La escuchaba más que nadie, la aconsejaba mejor que nadie, la acompañaba a todos los sitios, a los aburridos, a los fiesteros, incluso a los prohibidos.

No tenía familia, estaba sola en la ciudad, y ello contribuía a mi interés. Al principio lo hice por caridad, tal vez misericordia cristiana, de esa que te enseñan en el colegio cuando eres pequeño. Nada más allá de un interés honesto y moral. Ella era una chica que necesitaba ayuda y yo no podía negarme a ofrecérsela.

Todo cambió cuando las citas se fueron alargando, cuando el sonido de su sonrisa comenzó a escucharse diferente por unos oídos que habían dejado paso al silencio desde hacía ya más años de los que debiera. También era su mirada, ya no veía únicamente sus ojos, era algo más, como cuando ves a un animal sentado y cavilas sobre sus pensamientos. Todo era raro, su cuerpo, antes estándar, ahora admirable. Sus gestos, antes insignificantes, ahora importantes.


Uno no puede apreciar los cambios que se producen en el enamoramiento a simple vista, sin embargo, en mi mente no pensaba otra cosa “me he enamorado”. Hoy, más allá de esas palabras, no pienso rendirme.

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