viernes, 27 de septiembre de 2013

Amazon da la bienvenida a Siempre sale el Sol en formato ebook

Hola a todos y a todas!

Siempre sale el sol, mi primera novela publicada en España, comienza una nueva etapa en su versión digital.
A partir de este momento se encuentra disponible en la plataforma Amazon para Kindle y cualquier dispositivo digital como Ipad, Iphone o diferentes tablets.

Siempre sale el sol

Siempre sale el Sol es una novela fresca y juvenil que cuenta la historia de Diego, un adolescente de 18 años maduro y responsable, y Judith, una mujer treinteañera, divorciada y madre de un hijo, los cuales parecen vivir una vida apacible. Sin embargo, una serie de circunstancias harán que ambos se encuentren en lo que parece ser una señal del destino, dando inicio a una historia de amor que adentrará al lector en los sentimientos de dos enamorados en una ciudad que parece estar creada para ellos: Madrid.




Un beso a todos y muchas gracias por seguir ahí!

Siempre sale el Sol, primeros capítulos

CAPÍTULO 1
Recuerdos y pesadillas



    –¡Ah!
    Cuando se levantó de aquella cama, asustado, sudaba y sudaba como si hubiese estado corriendo una maratón de cuarenta kilómetros.
    —¡Vaya pesadilla! —en el sueño se repetía lo mismo que desde hace ya unos años, aquella experiencia que vivió en Atocha sigue sin despegarse de su cabeza, continúa viendo muertos y heridos corriendo despavoridos queriendo salir, buscando la esperanza, los recuerdos, la libertad, al fin y al cabo, la vida. De repente, se abre la puerta de la habitación donde duerme Diego.
    —¿Qué ha pasado? Porque he oído ruido y pensaba que te había ocurrido algo —dice preocupado su hermano.
    —Nada, solo era un sueño, no te preocupes.
    Diego, pensando para sí mismo, recuerda la cantidad de veces que su hermano está pendiente de él, no solo desde el atentado sino desde que él tiene sentido común. A su mente retorna el recuerdo de la vez en la que tres tipos jugando un partido de fútbol querían pegarle. Salió para protegerlo, aunque tenía más miedo que él mismo. No cae en saco roto cuando se queda con Lucía hasta altas horas y miente por él, o las veces que ha firmado sus notas del colegio y con ello algún traspié. Lo considera un buen hermano, un amigo. Hace ademán de darse la vuelta y coge la postura en la que siempre se ha encontrado más cómodo en su vieja cama, caduca, vetusta, añosa, una cama de los años de Maricastaña.
    —Hasta mañana, hermano.
    —Venga, anda, buenas noches.
    Y la noche continúa, las respiraciones suaves y enérgicas se combinan, dando vida a un mundo animado, en definitiva, un mundo de ficción. La pesadilla parece no volver. La noche pasa de manera diferente, querida.

Al alba suena el despertador. Hoy es un día diferente, comienza el nuevo curso, un curso nada parecido a los demás. Hoy es el día en el que empieza su andadura en la Universidad, un día que no esperaba que llegase nunca.
    —¡Vamos, que vas a llegar tarde!—grita Álvaro desesperado, pues no quiere ver cómo su hermano comienza el nuevo curso llegando tarde. Cosas de la superstición.
    —¡Que ya voy! ¡No hace falta queme grites, joder!—se pone nervioso por las prisas.
    —Venga, va, que ya te he hecho el desayuno. Y levanta al enano. ¡Vamos!—otra orden más se adentra en unos tímpanos ya molidos.
    Satisface lo mandado por Álvaro. No rechista. Camina hasta la habitación de su hermano menor. Da la luz sin miramientos.
    —Luis, levántate que tienes que ir al colegio—elude la palabra “enano” para no ofenderlo.
    Después de levantarlo da media vuelta y camina en dirección a la cocina y al ver todo sobre la mesa se dirige hacia Álvaro.
    —No hacía falta, que yo también sé hacerme el desayuno.
    Álvaro sonríe.
    —Pero si tú nunca te has hecho el desayuno. ¿A quién pretendes engañar?—dice bromeando, sabiendo que tiene algo de verdad—. Date prisa que te llevo, aunque antes tenemos que dejar a Luis en el colegio.
    Diego va a la ducha, se prepara como si de una gran cita se tratase, se acicala su pelo castaño y medio ensortijado, que crea cantidad de dificultades para poder modelarlo y peinarlo. La barba descuidada que se lleva en esta temporada lo hace más viejo de lo que es, incluso parece tener una veintena de años. A él le encanta. Se echa colonia, se lava los dientes y demás cosas para estar listo. Para él es un día importante, después de tantas dificultades parece que ahora es una época en la cual se siente cómodo. No tiene preocupaciones.
    Mientras, Luis, en el otro baño de la casa con ayuda de Álvaro, se prepara también para su día de colegio. Álvaro actúa de madre en su ausencia.
    —Hoy es mi día—grita moderadamente Diego como dándose ánimos, aunque en el fondo está asustado, atemorizado, con el corazón en un puño. Pero él se siente con fuerzas de seguir adelante. Después de todo lo que le ha tocado vivir esta situación debería ser como un juego de niños. Tarda en salir.
    Llaman por el telefonillo del portal. Sabe quién es.
    —¡Venga, vámonos! —vociferan desde abajo sus hermanos
    —¡Ya voy, ya voy!—dice con cara de pesadez.
    Seguidamente abre la puerta de casa, llama al ascensor y coge lo necesario: sus zapatillas deportivas Nike último modelo, un pantalón azul marino y el polo de Zara blanco que le regaló su gran amiga Andrea. El tiempo es perfecto, agradable, 20 grados, sin mucho aire, un día soleado; vamos, un día espléndido.
    Abre la puerta del ascensor, da al botón para su apertura automática y anda ligeramente deprisa, rapidez contagiada por su hermano. Parece que él es el interesado en ir a la primera clase. Parece haber olvidado sus días de colegio.
    —¿Por qué tardas tanto? Venga, que tengo el coche en aquella calle—la señala con su dedo índice. Caminan unos metros y giran la esquina.
    Es un Renault Megane de hace ya unos cuantos años, pero la verdad es que su hermano lo conserva muy bien, como todas las cosas aunque no sean suyas. Álvaro es un maniático en ese aspecto, siempre guarda con cariño todo lo que tiene, pero no sus cosas propias sino todo lo que le dejan. Para él todo tiene un significado y un valor.
    Avistan el coche, las puertas se abren con el ligero toque de lamano de Álvaro sobre el botón que hay en la llave, se encienden los intermitentes y los tres entran en él. Diego ocupa el puesto de copiloto y Luis se sienta atrás. Se resigna. No desconoce lo que hay.
    Diego está pensativo. Acaba soltando:
    —Bueno, a ver cuándo me dejas el cochecito, porque ya he aprobado el teórico y pronto me presento al práctico; más bien pasado mañana —dice decidido, convencido de aprobar.
    —No me hagas reír, Diego, porque ya has suspendido tres veces… —dice chistosamente, soltando una risita pécora.
    —Eso ha sido por la mala suerte que tengo: una vez se me cruzó un camión, la segunda una vieja que me la lió y así todas las veces—dice excusándose.
    —No me hagas reír, ¿eh? Pero no te preocupes porque yo te he visto y no conduces demasiado mal, solo mal a secas—espera un segundo para seguir. No hay réplica a sus palabras.
    —Lo que pasa es que ya sabes, allí los nervios influyen y eso cambia mucho. Yo sé que puedes pero más vale que tengas paciencia. Además, tú de coger alguno coges el de mamá que casi nunca lo usa—detrás Luis se ríe sin que lo oigan los dos, pero en él hay una sonrisa malvada como pensando: “Vaya dos, toda la vida discutiendo por tonterías”. Se ríe de la conversación.
   Con ganas de acabar la conversación, Álvaro enciende la radio y sube el volumen. Suena una musiquita y de repente se oye: “Buenos días oyentes, son las 7:30 de la mañana, y comenzamos con un recuerdo a la mujer que el día de ayer a manos de su marido ha sido brutalmente apuñalada en su casa…”. Con la noticia los dos se miran y Álvaro exclama:
    —¡Joder, otro sinvergüenza! Yo a este tío lo torturaba día sí, día también. No hay derecho a que todos los días tengamos las mismas noticias en los Telediarios… Que si muertes por aquí, que si ajustes de cuentas por allá. Todos los días la misma canción. Álvaro es una persona comprometida con la sociedad en la que vive. A Diego le importa menos, de hecho las noticias en su tiempo ocupan un lugar paupérrimo, más
bien nulo.
    —Quita la radio, anda. Pon música —dice deseando quitarse de sus oídos muertes, desfalcos financieros y alguna discusión política. Las únicas noticias que le interesan son las deportivas.
    —Coge los discos que hay en la guantera y pon el que quieras, que te veo un poco nervioso…
    —¿Pero qué dices? ¿Nervioso yo? Mejor pon la radio —dice algo alterado.
Álvaro pone los 40 Principales. De repente suena una canción de Efecto Mariposa. Comienza.
    —¡Oh, qué buena es esta canción! —dice Álvaro que no quita la vista de la carretera.
    —Bueno…—le da la razón sin motivos. No le gusta—. Esta la deberías escuchar con Helena cuando esté alterada—dice mostrando una perspicaz sonrisita.
    —¡Deja de decir tonterías! —le dice mirándolo un segundo. Después los dos se quedan callados escuchando la canción. Diego no para de pensar en lo que le puede pasar en este día: la gente, los profesores, las clases, las chicas, etc.
    Así, los dos pensativos, cogen el Paseo de las Delicias, suben hacia Atocha y bajan por Santa María de la Cabeza. Allí en la puerta del colegio, dejan a Luis y le desean buena suerte.
    Al bajarse del coche, observan cómo se encuentra con sus amigos de siempre. Lo ven desaparecer entre la multitud, con sus carteras, esas mochilas que machacan las espaldas, esas que llevan los libros que atormentarán sus mentes. Ahora no, sigue siendo niño. Diego echa de menos aquellos tiempos, pero en un instante el dibujo de su antiguo colegio desaparece. La Universidad retorna a su cabeza. Se quedan unos segundos mirando hasta que todos parecen haber entrado. Viejas reminiscencias de un pasado excesivamente reciente. Los dos piensan lo mismo: “Demasiado joven para hacer pellas”.
    Ambos están seguros de ello.
    Llegan a Plaza Elíptica, siguen por la autovía, salida 11, continúan las indicaciones. Atraviesan dos sucesivas glorietas y llega al cruce donde Diego le manda parar. Busca un sitio prohibido, pero posible para aparcar. Lo encuentra y le deja solo.
    Los dos chocan sus manos. Álvaro le desea suerte y le dice que esté tranquilo porque todo irá bien.
    —Eres la esperanza de la familia—una frase que ha oído gran cantidad de veces en los últimos meses, a veces hasta con ironía.
    Diego prefiere no contestar. Piensa en su madre y su obsesión por la Universidad.
    —Luego te llamo.
    Finalmente se despiden, volviendo a chocar susmanos en un gesto de complicidad.



CAPÍTULO 2
Noche de sueños, mañana de vida



Sueño dulce y salado, amargo y agrio, sueño de vida, de pasión, de esperanza, de libertad. Sueño que Judith no querría acabar nunca, de esos que deseas que continúe eternamente, sueño de amor y dulzura, sueño que da alegría. Una alegría que se ve truncada con el sonido del despertador. Ese reloj al que toda la gente del planeta nunca querría escuchar un día como este, ese que rompe sueños, que te atormenta, que horriblemente te hace volver a la realidad, una realidad que inevitablemente nadie puede eludir.
    Judith lo apaga rápidamente, pero sin dar tiempo a más aparece un terremoto tan lleno de vida que salta y brinca azarosamente haciendo el loco.
    —¡Ya vale! ¡Deja de hacer el tonto, Marcos! —él sigue erre que erre, dando vueltas y vueltas sobre su madre sin dejarla ponerse en pie, hasta que un beso del pequeño granuja la hace no querer levantarse, él es su gran alegría, su mayor triunfo en su triste vida.
    —Vamos a prepararnos —dice con la inconfundible ternura maternal. Lo besa con fuerza en la mejilla, hundiéndoselas notablemente como suele hacer.
    Los dos se levantan de la cama. Judith, sin más, se dirige al baño para ducharse y vestirse, no sin antes decirle a su hijo que haga lo mismo.
    —Marcos, más vale que te duches, te pongas la ropa que ayer dejé en tu habitación preparada y que te des prisa, porque todos los días llegamos tarde—Marcos no tarda en contestar. Su indignación es total.
    —¿Tarde por mi culpa? Pero si siempre eres tú la que tarda horas en prepararse.
    —Bueno, vamos a dejar el tema…
    Cada uno se va a su baño. Judith no para de pensar en lo que le acaba de decir su hijo. Sabe que tiene razón y se ríe de ello. No deja que la vea.
    Judith acaba antes. Va como una moto. Se dispone a ir a la cocina para preparar el desayuno para ambos como todos los días. Pone la tostadora y prepara los tazones de leche: el de él con la figura de Nadal, el de ella con la de la Torre Eiffel. Los calienta en el microondas y se dispone a colocar todo lo necesario en la mesa: el bote de azúcar, el cola-cao, las servilletas. Todo está listo para cuando llegue Marcos.
    La mañana transcurre con tranquilidad hasta que se oye un grito.
    —¡Ay! —su madre corre temerosa hacia el baño. Abre la puerta con celeridad y lo ve tumbado en el suelo llorando.
    —¿Qué ha pasado?
    A lo que él responde:
    —Se me ha olvidado poner en el suelo una toalla y me he resbalado—ella lo coge y lo levanta hacia su pecho, lo aprieta fuertemente y le pregunta si le duele algo.
   —El codo me duele un poco, porque me he apoyado con él.
    Ella lo mira. Empieza a acariciar el lugar donde se ha golpeado suavemente, moviendo sus tiernas y delicadas manos y le recita el siguiente ensalmo:
    “Sana, sana,
    culito de rana,
    si no sanas hoy,
    sanarás mañana”.
    El niño la mira con cara de circunstancia y enfadado. Entrecierra sus ojos y tuerce su boca con empeño. El dolor parece haber cesado por un momento.
    —¡Mama, que ya no tengo cuatro años!
    De repente empieza a oler a quemado. La madre, dándose cuenta de que lo había dejado todo a medias tintas en la cocina, corre con el niño entre sus brazos. Cuando llega a la cocina se da cuenta de que las tostadas están negras.Marcos asaltado por el olor, se olvida por completo de su dolor y exclama:
    —Mami, eres un desastre…
    Contrariada le contesta:
    —Estaba todo controlado hasta que tú te has caído… —le replica con resentimiento.
    Su madre, pensativa y preocupada, lo sienta en una silla. Abre la ventana de la cocina y lo recoge todo. Cuando ha acabado le dice a Marcos que será mejor que vayan a desayunar por ahí, a lo que él responde velozmente con un rápido: “¡Sí!”, y cada uno va a su habitación… Al entrar en ella —grande y espaciosa, pintada de un color asalmonado— Judith coge de encima de su cama su largo, simple y elegante blazer negro azabache. Va hacia la habitación de Marcos para comprobar que todo está bien.
    Y después de todos los preparativos se disponen a bajar para desayunar. Cuando cierran la puerta se oye un fugaz:
    —Buenos días, señorita Montoya—la educada voz procedente del otro lado del rellano penetra en sus oídos.
    —Buenos días, vecino —dice amablemente Judith, que le manda decirle lo mismo a su hijo.
    Al fondo del pasillo se ve a un hombre joven, pelo negro, liso, engominado, vestido para la ocasión, trabaja para una gran firma de ropa en unos grandes almacenes. Es un chaval muy majo, pero desde el punto de vista de Judith, el tío no vale para vender ropa lo mires por donde lo mires, aunque ella, claro está, nunca se lo diría.
    Llegado el ascensor abren la puerta y se disponen a bajar. Al salir del portal, el vecino monta en su coche, despidiéndose rápidamente. Mientras, madre e hijo continúan andando hacia la cafetería más cercana, aunque normalmente no salen a desayunar por ahí. Hoy lo han decidido así. Se deciden por una cafetería y entran, se sientan en una mesa y un atento camarero se acerca. Le piden lo que van a tomar, el hombre les trae con rapidez el cola-cao y un pepito de crema para Marcos, y un descafeinado y un croissant para Judith. Comen deprisa, Judith ya sabe que su hijo, como todos los días, va a volver a llegar tarde por su culpa. Pagan y se dirigen hacia su coche. Recorren los pasos que minutos antes han hecho. Entran en el garaje y Marcos baja la pendiente corriendo, dejando atrás a su madre, la cual no puede hacer lo mismo que su hijo por los agudos tacones de sus zapatos y por el peso de la mochila de su hijo además de su bolso. Abre el coche con la punta de su dedo pulgar. El Audi Q7 color granate, reluciente y recién limpio tiene un brillo propio; es un coche que la mayoría de los mortales no se puede permitir por su alto precio.
Salen del garaje y tras unos minutos en el coche el silencio es apabullante, el pequeño terremoto no tiene ganas de hablar y su madre no sabe el porqué.
    Judith quiere romper la situación.
    —¿Hoy qué clases tienes?—es una de esas preguntas tontísimas que una madre hace a un hijo para que él vea que se preocupa por todo lo que le pasa.
    —Tengo las mismas clases que todos los días. ¿Y tú qué haces hoy?
    —Hoy tengo una reunión con unos constructores que quieren un crédito, así que tendré que pelear—en sus palabras no hay tecnicismos.
    —Yo no sé ni de créditos, ni de bancos, pero sí sé que mi madre es la mejor —Judith cambia el semblante. Está feliz por lo que acaba de oír y piensa para sí lo orgullosa que está de él y de su amor filial.         Después de esta comprometida pero a la vez gratificante y pequeñísima conversación,
Judith sintoniza la radio y empiezan a escuchar las noticias: “… Son las 7:30 de la mañana y comenzamos con un recuerdo a la mujer que el día de ayer, a manos de su marido, ha sido brutalmente apuñalada en su
casa…”.
    Al escuchar la noticia, Judith decide poner inmediatamente Atrévete, uno de esos programas matinales que unen música y humor, dos componentes que para ella son imprescindibles en la vida. El tiempo pasa veloz y así llega al colegio donde su hijo estudia. Aparca en doble fila, interponiéndose a la circulación normal, pero en definitiva es lo que hacen todos los de su alrededor. No le importan los demás. Saluda a algunas madres de los compañeros de su hijo y se despide de él con un gran beso junto a las puertas metálicas que dan acceso al patio. Se da media vuelta y vuelve al coche.
    Al montar en él, se pone el cinto y arranca, pero de repente suena su teléfono móvil. Apresurada se dispone a buscarlo. Rebusca en el bolso que ha dejado en el asiento del copiloto, pero no lo encuentra. Entonces se pone nerviosa al pensar que a lo mejor es su jefe y es para algo importante.
    Al encontrarlo mira el número de quién la llama, pero decide no cogerlo.

martes, 20 de agosto de 2013

Un viaje misterioso



Ella tenía esa piel color almendra algo enrojecida por las palabras que aquel chico desgarbado y con algo de timidez estaba pronunciando. Él, al cual le encantaba ver las expresiones de la gente, la escrutaba como si de un experimento se tratase. Deseaba ver esclarecer esa sonrisa interior que solo las personas más temerosas son incapaces de mostrar mediante una sonrisa de luz nacarada en su boca. La alegría se puede expresar de muy diversas formas, pero ninguna de mejor manera que con un beso, uno de esos furtivos, de esos que no esperas, como salidos de una pistola para matar. Esta vez con un motivo diferente, el de dar la vida, ¿es que acaso un beso puede matar?

Aquel beso se produjo bajo la atenta mirada de los presentes, no eran muchos, pero los suficientes como para saber que aquello no era una simple coincidencia, nada fruto del azar. Aquellos dos tenían más de un secreto que confesar, sin embargo, nadie les preguntaría.

La chica arrugó su nariz, todo lo que oían sus oídos eran locuras, desvaríos de una mente algo enajenada por amor. Cuando propuso el plan, ciertamente incompleto y misterioso, la chica reaccionó haciendo las preguntas pertinentes. Ella es una de esas chicas que no se deja controlar, las órdenes no van con ella; nada por el estilo. Su fuerte carácter, conocido por todos, hacía crear una serie de enormes vacilaciones sobre su cuerpo, ahora tenso. A pesar de ello, aquel chico tenía la capacidad de derrumbar sus inquietudes, de alimentar sus deseos…

El momento de hacer su maleta fue el más intenso de todos, no estaba sola, la compañía de su hermana y su madre, las cuales ordenaban sobre la ropa que debería llevar, llegaban a sus oídos en forma de mensajes escritos en forma de microblog, como si fuera un perfil de twitter, todos los mensajes contenían palabras del tipo: bonito, estampado, frío, largo, calor, verano… De vez en cuando las miraba desafiante, quería tener esa independencia que su espíritu creía poseer desde su nacimiento, y era con esa fijeza como conseguía que se callasen.

El tiempo apremiaba, las prisas se sentían desde las diferentes dependencias. El tono de voz crecía en las gargantas de todos.

                   - Debemos irnos –dijo él con una expresión aliviada, había accedido, o al menos no había tenido tiempo para negarse.

 Ante las palabras del chico y los nervios del momento ella hubiera soltado una de esas miradas homicidas, pero al ver los hombros levantados y la cabeza torcida de su chico, nada pudo decir. Él cogió su equipaje asegurándola que en caso de que algo se le olvidara no habría problema. Se despidió de sus padres y cerró la puerta a su paso. Fue entonces, en esa soledad otorgada cuando la besó, más fuerte, más pausado, más sensual. Y aprovechando la coyuntura, sacó de un pequeño bolso un pañuelo negro y unos cascos.

-                             -  Debes ponértelo, tienes toda tu música favorita… -ante las palabras frunció el ceño, esto era algo que sí le molestaba, pero no quería hundirle el plan. Debía fiarse.

Trayecto en coche. El aeropuerto y, su sonido ensordecedor, era apreciable por ella, sabía que iban a volar. De repente, él la soltó la mano. Por un instante, se sintió sola, ella, que siempre estaba rodeada de su familia,  de sus perros, de sus amigos… este era un momento único, diferente, pero quería desprenderse de él. Y lo hizo cuando él quitó su pañuelo para dejar ver el avión.
-       
                              -¿Adónde vamos?

Continuará…

viernes, 19 de julio de 2013

Todo cambio, implica riesgo

Ella me había dicho que jamás podría estar conmigo, que no me amaba, y que nunca llegaría a hacerlo. Dijo algo así como: siempre seremos amigos… Yo, que hasta ese momento me había desvivido por ella, siempre pendiente de sus necesidades, de sus proyectos, de sus inquietudes o de su trabajo. La escuchaba más que nadie, la aconsejaba mejor que nadie, la acompañaba a todos los sitios, a los aburridos, a los fiesteros, incluso a los prohibidos.

No tenía familia, estaba sola en la ciudad, y ello contribuía a mi interés. Al principio lo hice por caridad, tal vez misericordia cristiana, de esa que te enseñan en el colegio cuando eres pequeño. Nada más allá de un interés honesto y moral. Ella era una chica que necesitaba ayuda y yo no podía negarme a ofrecérsela.

Todo cambió cuando las citas se fueron alargando, cuando el sonido de su sonrisa comenzó a escucharse diferente por unos oídos que habían dejado paso al silencio desde hacía ya más años de los que debiera. También era su mirada, ya no veía únicamente sus ojos, era algo más, como cuando ves a un animal sentado y cavilas sobre sus pensamientos. Todo era raro, su cuerpo, antes estándar, ahora admirable. Sus gestos, antes insignificantes, ahora importantes.


Uno no puede apreciar los cambios que se producen en el enamoramiento a simple vista, sin embargo, en mi mente no pensaba otra cosa “me he enamorado”. Hoy, más allá de esas palabras, no pienso rendirme.

lunes, 8 de julio de 2013

Historias en libertad

Todos los días hay cosas que decir, pero otras tantas que callar. Durante mucho tiempo he callado, silenciado por la vida. Hoy es el día de hablar, de contar historias; de reír con ellas, de llorar por ellas, de bailar junto a ellas. Es hora de volar, de ver un horizonte más allá de ellas, de sentirte libre, las historias no pueden ser vividas si no hay libertad.

A esa libertad  me remito, hoy es día para crear, para inmiscuirse en la vida de personajes irreales creados únicamente por mi mente, modelados por mi corazón, plasmados con mis manos sobre un papel que retiene el negro de unas palabras mejor o peor establecidas sobre un fondo blanco, sigiloso.

Así pues, os contaré la historia de los sentidos. Se trata de un juego, de la unión de sentimientos y sentidos. Os parecerá una tontería, pero me gustaría que probarais. Es una canción, consiste en escucharla, en cerrar los ojos e imaginar una historia.




A continuación, os presento de nuevo la misma música, pero esta vez debéis abrir bien los ojos para mirar el vídeo con detenimiento e inventar una historia.




En ambos habéis  pensado una serie de cosas, en ambos se han concebido historias, ¿iguales? Seguro que no, he ahí la creación de una historia en libertad.