Oscuridad, sombras humanas, tinieblas formadas por
una neblina azabache establecidas por una única cosa: la ausencia de luz. ¡No
veo nada! ¡No puedo ver! ¿Me he quedado ciego? ¿Qué me ocurre? Parpadeo a ritmo
constante, me gustaría cerrar los ojos de forma definitiva, mi corazón se ha
acelerado, nunca tanto como en este preciso instante. ¿Por qué?
A lo lejos, dos únicos destellos, dos haces de luz
impactan sobre mí, perennes, inmortales, puros, azulinos, redondos… Perforo la
oscuridad en un intento por no perderme en la opacidad que me rodea. ¿Qué es lo
que tengo delante?
No puedo acercarme a ella, tengo mis piernas
paralizadas, ¡no soy una estatua! ¿Acaso no me atrevo? Soy valiente, siempre he
hecho lo que he querido y más con alguien como ella.
De repente, una ilusión aparece ante mí, la figura
de mi madre, muerta hace ya un año parece hablarme, pongo la máxima atención en
lo que está intentando decirme:
Esta es la mujer de tu vida.
¿¡Mamá!?
Un espasmo recorre mi cuerpo. Me muevo, como
antes; ligero, seguro; avanzo solo, no recuerdo haber ordenado a mi mente que
me haga acometer la marcha.
Me pongo delante, sus ojos siguen mirándome, fijos,
perpetuos, felices, bueno no sé si felices, pero su sonrisa parece indicarme
que es así. ¿Que señales son esas? Siento paz en mi interior.
¿Eres real?
En ese mismo momento sabe que sí.
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